sábado, 29 de noviembre de 2014

Negocios que debes conocer en Chillán.

LA INNOVACIÓN A ESCALA HUMANA EN CHILLÁN
Hay emprendedores que no reciben premios en dinero, diplomas ni honores, sino que el reconocimiento que se llevan al final de la jornada es haber hecho algo bueno por los demás. La innovación de ellos no es tecnológica;  es mucho más profunda. Tres ejemplos locales demuestran que soplan vientos de cambio que si bien no remecen árboles, sí mueven hojas.
 p. Marcia Castellano (Revista Chillán Antiguo & Vitrina Urbana)


Signum
UN GESTO HACIA LA INCLUSIÓN
Los cuchillos en compás de picar una lechuga, la fricción de la espátula en la plancha churrasquera, los platos que sin querer se rozan; son los únicos sonidos que se emiten desde la cocina de Signum, un restaurante recién inaugurado en Chillán donde todo el personal que ahí trabaja padece de sordera. 

Aunque Daniela tiene una disminución parcial de la audición (hipoacusia), se las arregla bien para hacer las veces de mesera e intérprete entre el cliente y el cocinero. Para transmitir la orden a la cocina utiliza lengua de señas: un completo italiano, donde completo es una mano en forma de U, e italiano es el dedo pulgar en la barbilla, los tres centrales cerrados y el meñique abierto proyectado hacia afuera − según describe Daniela – asemejando un cuerno de elefante; mientras que para especificar una marca de bebida utiliza el alfabeto manual. 

Desde su inauguración en octubre, el principal público que llega al restaurante se compone de personas con algún grado de sordera. La razón para preferirlos es tan evidente que solemos pasarla por alto: “Acá se sienten más cómodos y seguros porque entendemos lo que quieren pedir. En otros lados a veces la carta no dice qué lleva un plato y les cuesta preguntar porque los meseros no entienden”, explica la joven chillaneja estudiante de Diseño Gráfico en el Instituto Virginio Gómez, donde puede estudiar sin dificultad gracias al programa transvoz de Red Apis.



Diógenes Concha Cerda

El dueño de Signum es Diógenes, titulado en Gastronomía del Instituto Santo Tomás, quien tiene muy buena disposición para intentar comunicarse con los clientes a pesar de su sordera. Nació sin poder oír y esto le ha permitido desarrollar su capacidad para leer los labios. Desafortunadamente nosotros no sabemos expresarnos en lenguaje de señas, al menos para manifestarle admiración por haber emprendido este desafío. Se nos ocurre que si el pulgar hacia arriba y el resto de los dedos cerrados siempre ha significado “muy bien”, también lo podríamos usar para decir “te felicito”. Diógenes lo entiende y nos compensa el esfuerzo con un guiño.

Signum
5 de Abril Nº1193, esquina Collín

Carta
Variedades en pollo
Completos, churrascos
Desayunos, Onces y Almuerzos $2500

Horarios
09:00 horas a 24:00 horas de lunes a domingo


Los Pibes
DIGNIDAD  PARA LOS MÁS POBRES
Sobre un círculo de color naranjo hay una taza blanca y un corazón. Este autoadhesivo en la ventana indica que el local que lo exhibe adhiere a “Café Pendiente”, una iniciativa sin fines de lucro surgida en Italia con el nombre de “Caffè Sospeso” y que gracias a las redes sociales se ha extendido por restaurantes y cafeterías de todo el mundo.

En varias ciudades de Chile se ha replicado esta experiencia, pero en Chillán solo hay un local que forma parte de la red.  Se trata del restaurante de carta ítalo-argentina, Los Pibes, que desde su inauguración hace tres años ha puesto el concepto de solidaridad en la mesa de los chillanejos.

La idea es simple: un cliente paga por anticipado un café o colación para que otro comensal posteriormente disfrute de una comida o bebida caliente. La persona que recibe este regalo de un solidario anónimo, es alguien que no tiene los medios económicos para poder pagar la cuenta en un restaurante. Sin embargo, lo medular no es el gesto de ofrecer, sino que se trata de algo más significativo: dignificar al ser humano que vive en la indigencia. “No es solo dar un café porque se lo podríamos llevar a la calle. Los invitamos a sentarse acá, incluirlos en la sociedad, como cualquier otra persona que no está en situación de calle”, recalca Natalia Pelayes, dueña del restaurante.

Oriunda de Mendoza y complacida de estar en Chillán, considera que se necesita más gente  que se sume a esta causa. “Cuesta un montón, yo creo que no hay interés. También cuesta porque la gente siente desconfianza y no cree que el dinero lo vayamos a usar en esto. Cuando alguien quiere saber más yo salgo de la cocina y les cuento de qué se trata, pero nadie está obligado”, explica Natalia, y agrega que todos los días ofrecen colaciones aunque nadie haya dejado dinero.

Entre los comensales habituales que reciben este beneficio, hay tres personas que ya están acostumbrados a entrar al restaurante. Ellos también traen a otros.  Sin embargo, no es fácil convencerlos de entrar y sentarse a comer ya que la discriminación es una carga pesada que llevan consigo donde van. “Cuando hay gente esperan afuera, no les gusta entrar si hay clientes. Una vez vino un señor que no quería porque tenía las manos sucias; le dije que pasara al baño y se las lavara, entonces entró despacio como para no hacer ruido. Después vino otras veces y se echaba colonia de bebé”, recuerda con satisfacción.

¿Tienes una cafetería o restaurante y quieres ser parte de este cambio? Averigua cómo en www.cafependiente.cl

Los Pibes
Gamero 899, esquina  Sargento Aldea.

Carta
Pastas caseras artesanales
Pizas, sándwiches
Carnes
Almuerzos $2500.
Café $500

Horarios
Martes a sábado de 12:00 a 22:30 horas
Domingo y lunes de 12:00 a 16:30 horas.



La Casa del Sol
REDES DE COLABORACIÓN SOLIDARIA
La luz entra generosa por las ventanas inundando de calidez el comedor de La Casa del Sol, un restaurante que abrió sus puertas a mediados de este año en la céntrica calle Arauco, aunque suficientemente distante del ruido urbano como para ser un remanso. Desde el ingreso al local, las sillas y mesas en pellet adelantan al comensal que la experiencia culinaria  será singular. En la carta abundan los granos, las verduras, el pan de masa madre, los jugos naturales, el café de trigo con higos, las leches vegetales (que también venden para llevar) y tantas otras preparaciones deliciosas que confirman que lo saludable no tiene por qué ser poco contundente, dietético ni verde.

Además de restaurante, La Casa del Sol es un Centro Ecoeducativo donde se dictan talleres permanentes de percusión africana, mandalas, ecología lúdica, yoga infantil, entre otros. Claudia Chamblas y Héctor Vargas, sus dueños, así lo soñaron.



Claudia Chamblás y Héctor Vargas

 Uno de los aspectos que destaca es la intención solidaria que subyace en este emprendimiento.   Interesados en lo colectivo y en el respeto por el trabajo, actúan como intermediarios entre pequeños productores locales y el cliente final. Para esto habilitaron un espacio exclusivo para la exposición y venta de productos que responden al modelo de “Comercio justo”, concepto surgido hace 40 años que promueve las relaciones basadas en el diálogo, la transparencia y la equidad, de modo que los productores reciban condiciones justas para el intercambio comercial.

“Nosotros no hacemos una compra venta de esos productos, se trata de que el productor sea quien ponga el precio que quiere ganar y el precio que considera que debe pagar el comprador. Nosotros recibimos el 30% y el 70% es para el productor. Es una transacción basada en la confianza”, explica Héctor, y agrega que uno de los problemas que enfrentan es que a la gente le cuesta pagar el precio porque creen que por ser artesanales valen menos. “La gente no quiere pagar el precio justo”, recalca.

Para tus regalos de Navidad prefiere los comercios locales y los productos de comercio justo. En La Casa del Sol encuentras jabones y pomadas de propóleo (Andino Propóleo), cremas y desoradorantes de karité, orgones (La Belle Vie), jabonesy purificadores de agua (Rukalaf), música, mudadores y otros productos para bebé (Tremm Ayun), pan (Semilla de Vida, Arte y Pan, La Casa del Sol), poleras (Ñuble Libre), mandalas (Injah), instrumentos musicales (Percusión Africana), collares (Epilef Suyai), tejidos y decoraciones en telar (Artesanía Patagonia, Peumayen, Mahala).



La Casa del Sol
Arauco 253, entre Vega de Saldías y Gamero.

Carta
Cafetería y comida saludable
Almuerzos $2600 y $3000

Horarios
Lunes, martes y miércoles de 12:00 a 21:00 horas.

Jueves, viernes, sábado  de 12:00 a 22:00 horas.

jueves, 27 de noviembre de 2014

CONSTRUCCIÓN DE VALORES. EL trabajo y su desarrollo histórico

p. Fernando Toledo Montiel.

Sin duda que en el mundo antiguo y comunidades primitivas, no existía el término “trabajo”, al menos en la forma en que la conceptuamos actualmente, que da cabida a actividades diversas: asalariadas y no asalariadas, justas e injustas, necesarias para el mejoramiento de la sociedad, necesarias para el desarrollo personal, entre otras.

En la sociedad griega, la cualificación y la distinción entre actividades era algo fundamental. Para Aristóteles, existían actividades libres y serviles y rechazaba estas últimas porque inutilizaban al cuerpo, al alma y a la inteligencia para el uso o la práctica de la virtud. Consideraba que las actividades son útiles, pero las actividades, a su entender, no debían perseguir siempre la utilidad. También, valoraba el ocio e incluso más que cualquier tipo de trabajo. Era el tiempo de una Grecia, donde se establecía una diferencia radical entre dos dimensiones de actividad: la relacionada con el mundo común, y la relativa a la conservación de la vida. Así, las actividades del mundo de lo común o de la polis constituirían el ámbito de la libertad, mientras que las tareas dirigidas a la conservación de la vida, que contribuían al desarrollo de la comunidad familiar, conformaban el ámbito de la necesidad, por cierto esta última asociadas a un ámbito jerárquico-social menor.

En la época medieval el trabajo en general no ganó mayor aprecio. Desde la perspectiva cristiana hay una inclinación a justificar el trabajo, pero no a verlo como algo valioso. Los pensadores cristianos hacían referencia al principio paulino "quien no trabaja no debe comer…", pero entendían que el trabajo era un castigo o, cuando menos un deber. Se justificaba el trabajo por la maldición bíblica y por la necesidad de evitar estar ocioso. Como vemos el ocio comienza a adquirir otra connotación algo distinta a la del mundo antiguo. Sin embargo, la vida monástica dedicada a la contemplación se valora mejor que el trabajo. Para legitimar esta excepción al principio paulino, filósofos como Santo Tomás argumentan que el trabajo es un deber que incumbe a la especie humana, pero no a cada hombre en particular. Además, al trabajo no se le atribuye, a diferencia de lo que ocurre en la actualidad, un papel trascendente en la sociabilidad.




Trilla Fundo "El Molino" (1930)



Fábrica de barriles de Manuel Bocaz Hermosilla (1945)

Tanto en el mundo antiguo como en la Edad Media se ve al ser humano como un ser sociable por naturaleza. Sin embargo, en la Grecia antigua, el trabajo no era el fundamento de la asociación humana, situación que difiere de modelos contractualistas que nos dicen que las personas, solo pueden realizarse o completarse como tales, viviendo en sociedad.

Con el pensamiento moderno nace una concepción muy diferente del trabajo. En primer lugar, aparece como una actividad abstracta, indiferenciada. No hay actividades libres y serviles, todo es trabajo y como tal se hace acreedor de la misma valoración, muy positiva, incluso apologética.

La visión del trabajo como actividad fundamentalmente homogénea, no diferenciada, tenía también consecuencias prácticas: enmascaraba la diferencia entre trabajo penoso y satisfactorio, y entre el trabajo manual y el trabajo intelectual; justificaba la desigualdad como necesidad técnica debida a la división del trabajo; y por último, encubría el hecho de que el trabajo es un elemento discriminador por excelencia debido al diverso estatus de vida que proporciona según el lugar que ocupan los individuos en la producción.

Esta concepción del trabajo ha venido coexistiendo con una cierta jerarquización, adornada de una componente moral, basada en criterios económicos, justificados en buena medida desde las ciencias económicas.

Desde esta perspectiva, los niveles más altos de la escala correspondían al trabajo productor de plusvalía, denominado trabajo productivo; al que se intercambiaba por dinero a través del comercio o del salario, frente al trabajo que no reunía estos requisitos como es el trabajo doméstico. Por otro lado, el pensamiento moderno mitificó la idea del trabajo. La literatura de los grandes pensadores de la época contribuyó a esta mutación proporcionando argumentos en favor de su fundamentación.

Para John Locke el trabajo era la fuente de propiedad . Según él, Dios ofreció el mundo a los seres humanos y cada hombre era libre de apropiarse de aquello que fuera capaz de transformar con sus manos. Para Adam Smith el trabajo era la fuente de toda riqueza. Las teorías del valor de Adam Smith tenían su base en la idea de que el trabajo incorporado al producto constituía la fuente de propiedad y de valor. Saint-Simon, proponía sustituir el principio evangélico de "el hombre debe trabajar" por "el hombre más dichoso es el que trabaja". Karl Marx, criticó el trabajo en la sociedad capitalista como actividad enajenada y consideró que la supresión del trabajo debía ser uno de los objetivos fundamentales del comunismo y para Benjamin Franklin "el tiempo es oro" ilustran el espíritu de la época. Cuando Franklin hace referencia al trabajo dentro del catálogo de virtudes, anota lo siguiente: "Trabajo: no perder el tiempo; estar siempre ocupado en hacer alguna cosa provechosa; evitar las acciones innecesarias".

El trabajo adquirió nuevos significados:

Un sentido cósmico, según el cual el ser humano completa la obra de la “creación” para embellecer y perfeccionarla.

Un sentido personal, por ser el mejor medio para que el individuo, que nace débil y necesitado, encuentre su perfección.

Un sentido social, en la medida en que el trabajo es el factor decisivo en la "creación de sociedad" y de progreso.

Hoy no podemos desconocer, que el trabajo le da dignidad al hombre y le entrega las herramientas para que forje su libertad.








Pag 16 y 17, 
Revista Chillán Antiguo & Vitrina Urbana,
aporte Corporación Educacional Colegio Concepción Ñuble.

CIUDADANOS DESINFORMADOS ¿a quién culpamos?

Editorial Revista Chillán Antiguo & Vitrina Urbana
mes de noviembre
p. Marcia Castellano

 Vender nuggets es más fácil que vender comida buena para el cuerpo y el alma. Así lo hablábamos con unos emprendedores gastronómicos que ofrecen comida saludable y respetuosa del origen ancestral de los alimentos, pero que no han logrado despegar todavía con su negocio. Cuando vemos que Las Últimas Noticias es el diario líder en lectura de papel y digital de lunes a domingo (Ipsos, abril a septiembre 2014), pareciera ser que lo mismo que sucede en materia gastronómica pasa con los medios de comunicación. El público también prefiere fast food para el cerebro.

Si los número los acompañan, es lógico pensar que proliferarán los diarios que pongan en portada titulares del tono: “Paola Volpato enseña a vestirse de pituca” (5 de noviembre) o, en la misma línea, “Janis Pope reapareció en el fashion week: me preparé a full” (7 de noviembre). Estos disparates protagonizaron la semana en que justamente comenzó el paro nacional de profesores, pero eso no pareciera interesar al lector. Es mejor permanecer desinformados y nutrirse de noticias absurdas. Para muestra un ejemplo: en la última encuesta CEP, consultados sobre la reforma tributaria y su impacto en su situación económica personal, un 22% respondió que no sabe. Pienso en la escena e imagino respuestas, tan vergonzosas como ilustrativas, del tono “ah, pucha ahí me pilló”, “en realidad no sabría decirle”, que dan cuentan de la ignorancia sobre asuntos que debieran interesar a los ciudadanos con derecho a voto.


No podemos culpar de todos nuestros males a los medios de comunicación (radio, tv, prensa escrita), porque hoy en día el acceso a Internet permite estar conectados con los sucesos que nos rodean; el discurso de los medios dejó de ser un monólogo y ahora el receptor puede opinar en tiempo real. La razón de que existan medios desechables es que el público los prefiere, simplemente la lógica de mercado opera bajo esa ecuación. Si cree que la comida chatarra es nociva para su salud, entonces prefiera la comida sana; si cree que los medios de consumo masivo no le aportan, entonces prefiera contenido; si no cree que le perjudican, entonces esta sugerencia llegó demasiado tarde para usted. Comer nuggets es más fácil.



Rev. Nº 19 mes de noviembre,
con su respectiva postal patrimonial de Chillán Antiguo

jueves, 6 de noviembre de 2014

INMIGRANTES ESPAÑOLES EN CHILLÁN, Una historia que no se escribió con pluma de oro

En Chillán de principios del 1900, los inmigrantes provenientes de una España empobrecida encontraron tierra fértil donde establecer sus sueños de prosperidad. A cien años de la fundación del Centro Español, algunos de sus miembros relatan cómo se configuró una comunidad pujante que, si bien pudo ser herida de muerte durante la Guerra Civil Española, supo sobrevivir en fraternidad hasta el día de hoy.
p. Marcia Castellano
Revista Chillán Antiguo & Vitrina Urbana 

Colaboran srs Gerardo Martínez, Gonzalo Luengo, Marco Aurelio Reyes, Francisco Albarracin.

                                   

Muchas veces tentado por la tecnología de la computación y los emails, pero nunca seducido, a sus 81 años don Gerardo Martínez prefiere escribir con su puño y letra las veinte cartas que cada mes envía a sus amistades y familiares, principalmente dirigidas a España, con quienes mantiene una estrecha relación a pesar de la oceánica barrera que hace más de sesenta años los distancia. “Antes las cartas demoraban quince días, ahora llegan en un mes”, reprocha, mientras despliega una hoja de papel meticulosamente doblada, donde están escritos a mano los nombre y direcciones de los destinatarios y un registro de cada correspondencia enviada.

Escribir cartas a mano es una forma para evitar cruzar el umbral hacia el presente, porque el Chillán que don Gerardo conoció era más humano y menos agitado que el de hoy. “Es aberrante que la gente ya no hable ni con el vecino. No es que antes tuviéramos menos cosas que hacer, pero después del trabajo se salía a compartir y no a encerrarse para estar frente a la tele, al computador o con el teléfono, como ahora”, comenta con cierta nostalgia. 

Con un andar más pausado, pero lleno de la misma energía que prodigaba a fines de 1950 cuando llegó desde el pueblo Quintanilla Escalada, don Gerardo recorre su casa buscando recuerdos que compartir. Un armario con cajas de fotografías y quince álbumes de los grandes ubicados en una repisa del living, son parte de su más preciado patrimonio. “Esta señora en Julia Escobar de Hojas, española, al lado está Eloy Serrano, que instaló la fábrica de chorizos Serrano en Avenida Collín, y este es mi abuelo Florentino Martínez, que viajó conmigo en el barco de España a Chile”, señala, mientras sigue hojeando lentamente el álbum de páginas color café y separadores de papel mantequilla, hoy amarillentos. “Tengo un álbum que me hizo Darío Brunet y fotos desarrolladas por Angelino Gebauer. En esos tiempos las fotos en blanco y negro las desarrollaban en la misma semana, pero las que eran en colores demoraban dos meses porque las mandaban a desarrollar a Panamá”, recuerda.

Sin titubear en fechas y nombres, don Gerardo continúa describiendo sus bien conservadas fotografías. Entre ellas hay una muy singular, también en blanco y negro, donde aparecen seis sonrientes jóvenes de terno y corbata, peinados a la gomina, prácticamente sumergidos entre decenas de vestidos de niña. “Este soy yo, ahí está Emilio Muriente, Juan Vallejo, Fidel Maceda, Samuel y Félix Hojas. Esta foto fue tomada el 3 de octubre de 1953 para la inauguración de la Casa del Niño, donde hoy está la zapatería Pasos”, precisa. Cómo no recordarlo si allí obtuvo su primer empleo y así comenzó la nueva vida de este extranjero que nunca sintió el desarraigo en Chillán. “Mis tíos, dueños de la Casa Hojas, me trajeron con contrato laboral para trabajar en La Casa del Niño. Me embarqué en Santander el 8 de octubre de 1950, nunca se me olvida porque ese día cumplí los 17 años”.

COMENZAR DESDE CERO
La llegada de don Gerardo Martínez es muy posterior a la ola migratoria. Según explica el estudioso de la Genealogía, Gonzalo Luengo, terminando el siglo XIX España se vio envuelta en una crisis económica a la cual se suma la plaga filoxera que afectó las viñas del sur del territorio; pero principalmente el escenario de fines del 1800 marcó el ocaso de la España grande al perder sus últimas colonias (como Cuba y Filipinas). De esa España venida a menos, muchos salieron a buscar lejos una mejor vida, mientras que otros huyeron de servir en la milicia ad portas de un escenario bélico en el viejo continente.

“El típico inmigrante llegado a Chile, por aquel entonces, es gente de localidades rurales de escasa población, empobrecidas o de regiones norteñas como Castilla y Asturias”, explica Luengo. Sin embargo, el país que los recibió no ofrecía demasiado: “Estos inmigrantes llegan a un Chile analfabeto, con mayoría de población rural”. En ese escenario, el 6 de junio de 1897 surgió la Sociedad Española de Beneficencia, primera entidad que los agrupó y que hoy se ocupa más que nada del panteón en el Cementerio Municipal. Posteriormente la Sociedad de Beneficencia y el Hogar Español fueron albergados por el Centro Español de Chillán, fundado el 24 de mayo de 1914.

Estrechados por el mismo abrazo de la madre patria lejana, los inmigrantes españoles establecidos en Chillán se sintieron parte de una comunidad y lentamente se fue consolidando una identidad común. “Tal como es el caso de los palestinos y sirios, los españoles buscan apoyo mutuo, se socorren porque se identifican entre ellos y crean instancias de reunión y convivencia para fortalecer sus lazos”, sostiene Gonzalo Luengo.

Dispuestos a salir adelante con trabajo y buen olfato comercial, los ibéricos conformaron en Chillán una comunidad pujante. “Los españoles que llegaron lo hicieron con gran sacrificio, incluso mucho vivían en sus negocios. Vinieron a hacerse la América, pero trabajando y ahorrando”, recalca el presidente del Centro Español, Tomás Sanhueza. Ejemplos de esta prosperidad hay muchos: Jorge Olalde Goitía, llegado en 1906, dueño de la Sombrerería Chillán; la Casa Hojas, de la familia homónima; Eloy Serrano y sus cecinas; José Tohá con su producción de cervezas y hielo; Fabián Blásquez y los Grandes Almacenes Mundiales; las ferreterías de los Madrid y los Cordero, entre tantas otras familias que dinamizaron la actividad comercial de Chillán a principios del 1900. “En general el comercio operado por ciudadanos españoles tuvo proyección regional por sus dimensiones”, asevera el decano de la Facultad de Humanidades de la UBB, Marco Aurelio Reyes Coca, al tiempo que agrega que el establecimiento del Banco Español de Chile (1905-1926) “fue el soporte que permitió a las familias de comerciantes proyectar sus empresas”.



El panteón español en el Cementerio Municipal 
antes del terremoto de 1939 (fotografía rescatada por Marta Órdenes de Viñuela).

Las penurias vividas por los primeros inmigrantes fueron enterradas con hormigón y sobre ellas se levantó una sólida estructura, donde todos los que estuvieran dispuestos a trabajar cabían dentro. El relato de don Gerardo Martínez confirma que la bonanza ibérica fue posible gracias a los vínculos de confianza que se establecieron: “Como en España había muchas familias numerosas y la agricultura no era moderna, costaba producir y vivir de la agricultura, faltaba trabajo. Los españoles viajaban desde Chile a reclutar españoles porque preferían traer a sus parientes y a los más dotados les abrían sucursales para así ampliar sus negocios”.

DOS BANDOS DIVIDIDOS
Francisco Albarracín Clemente figura en el número veinticinco de los dos mil refugiados que Pablo Neruda consignó en la nómina de pasajeros del Winnipeg, publicada por Jaime Ferrer Mir en su libro Los españoles del Winnipeg. El barco de la esperanza (Ediciones Cal Soga, 1989). Originario de Murcia, arribó a Chile el 3 de septiembre de 1939 huyendo de la dictadura de Francisco Franco, líder del bando sublevado o bando nacional vencedor de la Guerra Civil Española (1936 -1939). “Mi padre estuvo herido en la retirada en un sanatorio de Barcelona y ahí conoció a mi mamá que trabajaba como voluntaria. Tengo dos tíos fusilados después de la guerra y otro tío vivió mucho tiempo escondido. Cuando yo crecí me lo contó mi papá, que también pasó por los campos de concentración”, relata su hijo Francisco Albarracín, médico del IRUS de Chillán, miembro de la Agrupación Winnipeg de Santiago.




1937: El Centro Español reunido con un cuadro de Francisco Franco 
presidiendo el encuentro (fotografía rescatada por Marta Órdenes de Viñuela).

El drama de la guerra también dejó cicatrices en la comunidad de inmigrantes residentes en Chillán. Aunque distantes geográficamente del conflicto, era imposible no tomar partido. La escisión al interior del Centro Español fue la consecuencia lógica: por un lado estaban los adherentes al bando sublevado compuesto por la Falange Española, los monárquicos, entre otros de tendencia anticomunista, conservadora y católica; por el lado opuesto, los republicanos que defendían la Segunda República instaurada democráticamente, idea apoyada por un abanico de facciones (socialistas, comunistas, etc.) aunque cada uno con aspiraciones propias.

El psicólogo Félix Martínez, profesor de la Escuela de Psicología de la UBB, es hijo de Félix Martínez Hojas, uno de los pocos españoles residentes en Chillán que se unió a la segunda cofradía ibérica, el Centro Republicano Español, formado en 1936 y vigente hasta 1939. “La Guerra Civil produjo muchas tensiones entre los españoles, acá también en Chillán. Había dos bandos: los franquistas y hay fotos en que aparecen saludando a la usanza, pero también hubo uno republicano donde José Tohá Soldavilla era su representante. Ahí también participaban Julián Alcalde y Félix Martínez Hojas”, detalla.

Terminada la guerra ambas facciones buscaron reconciliarse, no sin antes dar por aprendida una lección que hasta hoy se respeta: ni política ni religión. “Nos hemos cuidado de no vincular al Centro Español a actividades de campaña ni se habla de religión acá”, aclara su presidente Tomás Sanhueza. A juicio del decano Reyes Coca, “es una buena tradición que demuestra la cualidad de los españoles de ser fraternos entre hermanos”.

CIEN AÑOS DE HISTORIA

En una reunión que congregó a más de trescientas personas, el pasado 24 de mayo se conmemoró el centenario del Centro Español. Sentidos discursos y fotografías de antaño transportaron a los asistentes hacia un glorioso pasado construido con tesón. Bien documentado, Gonzalo Luengo detalla que el primer directorio estuvo formado por Victoriano Hoyos (presidente), Mariano Velilla (vice presidente), Tomás López (secretario), Juan Uriarte (pro secretario), Ángel Araneta (tesorero), Apolinar Sánchez (pro tesorero), Ángel Gómez (bibliotecario) y, como vocales, Carlos Villamil, Enrique Tohá, Arsenio Cordero y Fermín Vázquez. “Las juntas se realizan en el Club Comercial, hasta que en julio de 1914 arriendan la casa de Minervina Donoso, viuda de Polidoro Ojeda, pariente de los Arrau, ubicada en calle Arauco, tal vez una cuadra al sur de la plaza, donde estarían hasta 1921, año en que bajo la presidencia de don José Madrid Eraña adquieren la propiedad de Libertad 579, de la familia Lantaño-Solar, frente a la plaza, con el aporte de Tomás López y la garantía del directorio para pagar”, precisa Luengo.



Miembros de los primeros directorios, no identificados 
(fotografía rescatada por Marta Órdenes de Viñuela).

Pese a la alta convocatoria del evento, en otros tiempos el número de asistentes a un acto de tanta relevancia habría sido muy superior, pero cada vez son menos los miembros del Centro Español. “Todavía la gente cree que es de puros españoles, pero está abierto a todos”, aclara Tomás Sanhueza. De aquellos años prósperos, don Gerardo Martínez recuerda que se contaba en los registros a unos 120 socios, pero actualmente solo hay 30 miembros. “Esta era como la segunda casa: uno venía acá a tomar cerveza, jugar cacho, era como una obligación diaria. Era un lugar de reunión donde se hacían fiestas, despedidas y bienvenidas todo el tiempo, cuando en Chillán solo existía el salón Olimpia, el Club Ñuble y Centro Español, pero ahora hay montones de lugares más y la gente no tiene tanto la necesidad de venir aquí. Hoy nos une únicamente la tradición de mantener vivo esto”, comenta con añoranza.

CARLOS RENÉ IBACACHE Profesor en profundidad

Su figura es un emblema y así lo reconoció la Municipalidad de Chillán, al otorgar a don Carlos René Ibacache el galardón “Vecino destacado” durante las actividades de aniversario de la ciudad. Miembro de la Academia Chilena de la Lengua desde 2002, autor de varias publicaciones como ensayos, críticas y crónicas, escritor de columnas y cartas para la prensa local, además de presidente ad eternum del Grupo Literario Ñuble y editor de la revista “Cauce cultural”… don Carlos pareciera gozar de varias vidas en una.
p. Úrsula Villavicencio
Revista Chillán Antiguo & Vitrina Urbana





Con sus pasos cortos y su caballerosidad a la antigua, nos conduce a lo que parece ser el corazón de su mundo: su abigarrada y nutridísima biblioteca. Con dificultad despeja el sillón repleto de libros y papeles. No recuerda todo lo que tiene en su biblioteca, pero sabe con precisión dónde tiene lo que sí recuerda. Las paredes están repletas de reconocimientos de las más diversas instituciones y algunas fotos de familia y de sí mismo en otras épocas. Su memoria y lucidez son impresionantes: tiene muy bien archivadas sus investigaciones y sus recuerdos.

Chillanense por crianza, pues nació el 24 de septiembre de 1924 en Valparaíso. Prefiere el gentilicio “chillanense, pues asegura que este sería el correcto los habitantes de esta ciudad”, y no chillanejos, como tradicionalmente se les ha llamado, batalla lingüística de larga data. Emigró desde el puerto al campo cuando contaba apenas con tres años de vida, cuando su familia vino a instalarse en unos campos en la zona de El Rosal, cerca de Pinto. Tuvo solo tres hermanos en un tiempo en que las familias acostumbraban a tener no menos de siete hijos. Cuando llegó la hora de enviar a la escuela a los hijos, la familia se instaló en Chillán y a los siete años ingresó a la Escuela El Tejar, construida en los tiempos del presidente Balmaceda.
TERREMOTOS VITALES
Su relato da cuenta de una vida marcada por dos terremotos: el de 1939 y la muerte de su padre en 1944. Quizá por eso el mejor tiempo que recuerda es anterior a esas fechas, cuando vivía en la calle Barros Arana y asistía a la Escuela Nº 6, entre 1933 y 1938, donde arrendaba su bicicleta por 10 pesos en los recreos… “Cuando uno era niño, miraba las cosas de una forma distinta”.

Cuando ocurrió el terremoto tenía 12 años. Solo una persona murió en su familia, aunque también él estuvo a punto de perder la vida: se salvó milagrosamente por haber despertado justo antes de que se derribara una pared sobre su cama. Nos responde, con toda seguridad, que el peor momento de la historia de esta ciudad fue ese: “Yo viví la etapa en que esta ciudad estaba en el suelo. Es algo que nunca se me borró de la memoria”. Con la ciudad y su escuela en el suelo, debió continuar sus estudios en el único colegio que quedó en pie, el Seminario Padre Hurtado, donde terminó su sexto año de Humanidades.

Ese mismo año falleció su padre y la realidad económica de su familia lo hizo optar por una profesión en la que pudiera trabajar prontamente. Así decidió entrar a la Escuela Normal de Victoria. En todo caso, aclara, fue profesor por vocación más que por necesidad, puesto que recuerda muy bien que en 1948 su sueldo era de 2000 pesos, que entonces ya era poco. “Los sueldos de los maestros siempre fueron pequeñitos”, y agrega: “A la Normal entraban aquellos que tenían las mejores notas, no como ahora, que entran a estudiar para profesores los que no les dio la nota para otra carrera. Además allí te formaban la vocación”.

Luego pasó a trabajar como profesor en la Escuela Anexa, la preparatoria de la Escuela Normal de Valdivia, ya que no quiso irse al campo, pues entonces, el trabajo de los profesores normalistas solía ser mayoritariamente en las escuelas rurales. Posteriormente, estudió para profesor de Castellano en la Universidad Austral. Egresó en 1966 y recuerda que presentó el examen de título en el Pedagógico de Santiago. Nicanor Parra era quien tomaba esos exámenes y él ya lo conocía porque solía tomar algunos exámenes en Valdivia, donde aprovechaba para dar clases de cueca.

En Valdivia ejerció la docencia durante 26 años, sobrevivió al terremoto de 1960, el más grande que se haya registrado. También vivió allí el mayor cataclismo político, el del 11 de septiembre de 1973.

Y DE GOLPE, DE VUELTA EN CHILLÁN
Para tiempos del golpe de Estado, se encontraba a cargo de las actividades de extensión de la Universidad Técnica de Valdivia y tenía una buena relación con los militares que ocupaban un espacio vecino a su lugar de trabajo. Sin embargo, un día poco acertado, escribió una carta al general Héctor Bravo Muñoz, a quien consideraba su amigo, denunciando los allanamientos que los funcionarios habían sufrido en su espacio de trabajo: justo en los días previos al golpe, en el Centro de Extensión había instalada una exposición sobre la Unión Soviética, y los militares entraron a romper todas las obras. El hecho quedó registrado en Añoranzas de medio siglo (1996). El caso es que el general Bravo no consideró a don Carlos como su amigo, por lo cual terminó durante tres meses recluido por ofensas públicas a las Fuerzas Armadas.

Estaba claro que en Valdivia no volvería a encontrar trabajo, de modo que regresó a Chillán. Primero llegó a la sede Ñuble de la Universidad de Chile, y luego, cuando cerró, su amigo Enrique Salinas lo invitó a trabajar en el recién abierto Colegio Concepción, donde trabajó desde 1980 y jubiló allí pero siguió realizando talleres con los jóvenes hasta 2008.

Don Carlos también trabajó incansablemente durante muchos años a la cabeza del Grupo Literario Ñuble, tiempos en que logró posicionar el nombre de esta agrupación. Muchos literatos de Chillán recuerdan que durante los años de toque de queda su casa fue un refugio para las reuniones intelectuales y literarias.


Carlos Ibacache y su esposa Albina Gleisner






CINCO AÑOS DE AMORES POR ESCRITO
Nunca imaginó el joven profesor Ibacache, que aquel día en que tomó el tren a Chillán para visitar a su familia conocería en él a la mujer de su vida, y menos aún, que estaría 61 años unido a ella. Su viudez es reciente y refleja aún el dolor de su duelo al señalarnos que lleva los dos anillos. Su señora, Albina Gleisner, falleció el 14 de mayo de este año. Relata que en el trayecto entre Valdivia y Chillán, conversó amenamente con una bella colega, profesora normalista, que seguía su camino hacia Petorca. Fue lo suficientemente precavido como para preguntarle su nombre y su dirección.

Así comenzó un romance por carta, que duró cinco años, en formato de esquela perfumada. Ella tenía un padre un tanto difícil, así que al final contrajeron matrimonio después de la muerte de su padre, el 18 de julio de 1953, cuando ambos tenían 30 años.









Conservó cada una de las cartas de Albina y fueron tantas, que gracias a la idea de un encuadernador amigo, empastó cinco libros con sus cartas y con el retrato de ella en la primera página para entregarlo como obsequio a la joven del tren, como prueba de su gran amor. Entonces ella le pidió que hiciera lo mismo con las cartas de él, que ella tenía guardadas una a una como un tesoro. Así es como también salieron otros cinco libros, con el retrato de él en la primera página.

Vivieron en Valdivia hasta que la historia los trajo a Chillán. “A ella le gustaba trabajar como profesora”, recuerda. La vida pasó. Tuvieron tres niñas y un niño, y luego, siete nietos. ¿Qué cómo se puede durar 61 años casado? Según él la respuesta es sencilla: “Tolerancia. Saber comprenderse, aceptarse y perdonarse”.

Usted que fue educador toda la vida, ¿cómo piensa que nos ha afectado el modelo de educación para competir?
La competencia nos hace daño, cuando la competencia es a muerte. Cuando vemos los desmanes de los estudiantes en una protesta es porque la gente necesita desquitarse con el sistema. El profesor tiene que tener siempre presente que está formando seres humanos. Se ha olvidado del diálogo.

¿Qué opina usted de la actual propuesta de Reforma Educacional?
Los profesores deben ser consultados en este proceso. Es algo fuerte, quitarle la educación a las municipalidades.

Si se dirigiera a las autoridades de la ciudad, ¿qué les pediría para Chillán?
Que se trate de mejor manera la situación de los adultos mayores. Que arreglen las calles. Que busquen una solución para el problema de los perros.

Don Carlos, ¿Cómo han cambiado los chillanejos o chillanenses en todos estos años?
Parece que los terremotos y tantas desgracias que han ocurrido han hecho que los chillanenses se vuelvan más amables y solidarios. Hemos ganado con los terremotos: la gente se ha puesto menos egoísta. Eso es lo que yo percibo. Lo que opina la gente que viene de afuera, el turista, es que en Chillán prevalece la amabilidad, aunque no se nota mucho en la juventud. Las prácticas de amabilidad les fallan a los muchachos.

Hoy, a sus noventa años, su inconfundible figura sigue vigente, circulando por las calle de la ciudad a la que vio sobreponerse, al igual que él, a los terremotos y a la historia. “Chillán es una ciudad buena para vivir y para morir”, concluye.

viernes, 31 de octubre de 2014

CINES DE CHILLÁN, Galería de recuerdos.

p. Ursula Villavicencio
( Revista Chillán Antiguo & Vitrina Urbana)

El escenario de la mayoría de los recuerdos de Juan Carlos Olmedo transcurren en la “galiche”, como se conocía a la popular galería de bancas de madera (había que llevar cojín) ubicada en el segundo o tercer piso de los teatros. Era la preferida por quienes no podían pagar la entrada en platea alta o baja en los cines Central y O`Higgins, pero también era la opción para hacer el quite a los galicheros. “No solo se escupía, se tiraban cáscaras de fruta, al final todo iba a parar a la platea”, relata Juan Carlos. No había restricciones para entrar con alimentos al cine, por lo tanto se podía ir con un canasto de picnic completo que incluía sopaipillas con ají, sandías y melones, los clásicos huevos duros y el pollo frío, “de todo, según el bolsillo”, recuerda Carlos.
El más popular era el cine O’Higgins, lugar de encuentro de los jóvenes que se divertían intercambiando revistas, novelas y láminas de los álbumes. El Mafor, por su parte, era considerado más “elegantito”: solo tenía platea y con butacas acolchadas, además de confitería en el primer piso. Sin embargo, tampoco estaba a salvo de las legendarias pulgas, como recuerda el profesor Alejandro Venegas, quien relata que cuando iba al Mafor llevaba mantas para taparse, pues no había calefacción en invierno, y además debían mantener los pies en alto sobre los asientos delanteros por si pasaba algún ratón cinéfilo.

Otra asidua al cine, Elcira Singer, recuerda que el Mafor era el lugar de encuentro de casados infieles... “después se iban a una casa en Cocharcas, pasadito de O`Higgins”, afirma. Y si de romances se trataba, el lugar ideal era la última fila de los cines o “fila de los cocheros”. Según Carlos, él mismo se dio en el cine sus primeras tocaditas de rodilla con su futura señora, cuando ambos eran estudiantes de liceo: “el cine era una invitación obligada para llevar a polola”.

En el corazón de Elcira quedaron para siempre películas como El doctor Zhivago, Lo que el viento se llevó y Casa Blanca. También recuerda las de pistoleros y las matinés con películas del Pato Donald. Anclada en la memoria de Carlos está El monstruo del lago Ness, primera película que vio en su infancia. “Yo alcancé a conocer películas mudas de Chaplin, luego llegaron las de cowboy, pero las que llevaban más gente eran los espaguetis italianos, como El dólar marcado y El bueno el malo y el feo. En el cine también uno se enteraba de las noticias porque en los intermedios daban noticias de Europa, de la guerra, de la reina de Inglaterra y del golf. También nos enterábamos de la carrera espacial, de los rusos, de la perra Laika y de Yury Gagarin. No existían las películas para mayores de 18 y para todo público... bueno, estaba la Marilyn, la Bardot y la Sofía Loren, que mostraban las presas pero nada más… La película terminaba cuando la niña y el joven se daban un beso..."

Rememorando los tiempos en que aún no llegaba la televisión a Chile, el ex profesor de la UDEC, Mario Ibáñez, narra que cuando el hombre llegó a la Luna, en 1969, la transmisión del evento fue vista desde la plaza frente a la Gobernación, donde habían colocado en una ventana uno de los pocos televisores que había en el país. Hasta la década del 70, el cine era “la diversión” que existía en Chillán, indica Ibáñez: “El cine era la única entretención familiar; yo iba dos, tres y hasta cuatro veces por semana… era una parte importante de nuestra vida”.


CARTELERA 
PUBLICADAS EN DIARIO LA DISCUSION







Cartelera 1937 







Cartelera 1945






                                                 

miércoles, 29 de octubre de 2014

CINES DE ANTAÑO DE CHILLÁN

HUBO VIDA ANTES DEL CONTROL REMOTO

Antes de que existieran los reproductores de películas en DVD, VHS y Betamax, las películas se disfrutaban exclusivamente en el cine - o teatro como todavía le llaman algunos más mayores -, comiendo castañas y piñones calientes, en funciones rotativas interminables que permitían pololear y hasta dormir la siesta en la butaca. El cine fue el lugar de esparcimiento para toda una generación que no tenía más alternativa audiovisual que esa, porque los televisores eran caros y escasos. Fue recién en los años 70 cuando los aparatos de TV se masificaron, entonces comenzó el declive de las antiguas salas de cine.
p. Marcia Castellano



Revista Chillán Antiguo & Vitrina Urbana , pag (5 - 11)

Tras el estruendo de la detonación solo hubo silencio. Entre el polvo, a penas se distinguía la mirada resignada de un pueblo que vio convertida en escombros una buena parte de su historia. Son las últimas escenas de Cinema Paradiso, una película que si bien retrata al italiano pueblo de Giancaldo, pareciera ser un presagio de lo que sucederá en Chillán cuando el Teatro O`Higgins se despida de la ciudad. Los dueños del recinto ya lo adelantaron: el cine será demolido.

La señora María no disimula su consternación cuando se entera del destino que podría correr el Teatro O`Higgins. Como cajera en la boletería desde 1956 hasta 1994, año en que se produjo el cierre definitivo, María Salas (78) es una de las pocas personas vinculadas al recinto que aún sobrevive desde aquella época gloriosa. “Las filas eran tremendas, incluso quedaba gente afuera esperando para la próxima película… quinientas personas en platea y otras más en balcón y galería. A veces daban tres funciones, por lo general de 12 del día a 12 de la noche –  recuerda − y, como era rotativo, podías estar todo el día adentro pagando una entrada. También venían grupos musicales y se llenaba, por ejemplo cuando vino Luis Dimas o Los Ángeles Negros había filas y filas de gente”.



María Salas, cajera del Cine O´Higgins, ente 1956 y 1994.

Sin embargo, todavía queda una esperanza para este edificio que tantas historias alberga. Según explica el alcalde de Chillán, Sergio Zarzar, el ex teatro fue incluido dentro de un listado de veintiún Inmuebles de Conservación Histórica en el Plan Regulador, y se está a la espera de la aprobación del Ministerio de Vivienda para determinar cuál será su futuro. Hasta entonces, los propietarios del recinto están impedidos legalmente de venderlo o demolerlo. “Los dueños estaban analizando venderlo porque piensan que no tiene posibilidad de ser rescatado, pero les dije que no podrán hacerlo mientras esté en evaluación. Ellos cumplieron con pintar la fachada, pero tuve la oportunidad de entrar y parece que le hubiera caído una bomba; rescatarlo es una altísima inversión para los propietarios, porque son ellos los responsables de su mantención“, aclara el jefe comunal.

Zarzar, de 62 años, conoció la época próspera del cine. En un tono más distendido, el edil accede a confesarnos algunas de sus andanzas juveniles. “El cine era la única entretención, ¡si antes no había televisión y con suerte teníamos radio! El día de semana estudiábamos y el fin de semana nos daban una mesada para ir al cine. Si uno se sentaba al medio de la platea, aprovechábamos para pololear. Nunca supe de qué se trataba … uno era el actor de su propia película”, recuerda sin poder contener una sospechosa sonrisa.

AQUELLOS DÍAS PRÓSPEROS
Entre los atributos patrimoniales del Teatro O`Higgins, destaca su arquitectura de influencia moderna con elementos ornamentales en su fachada principal, propios del Art Deco. Así lo consigna la Unidad de Patrimonio de la Municipalidad de Chillán en la ficha correspondiente a este inmueble, donde precisan que la obra fue encargada por los hermanos Menéndez al arquitecto Juan Rau y la planimetría del proyecto ingresó a la Municipalidad de Chillán en 1952.

Tras casi medio siglo de funcionar como sala de espectáculos y cine, en 1994 el O`Higgins cerró  sus puertas. La Lista de Schindler fue la película proyectada en la función de despedida. Posteriormente arrendó el espacio una discoteca y también un templo religioso, pero el último terremoto lo dejó en un estado de deterioro tal, que las únicas que se animan a entrar son las palomas.



Georgina Uribe, ex actriz del INECUCH,
asidua al cine en sus tiempos de gloria.

Atrás quedaron los buenos tiempos que recuerda la señora Georgina Uribe, actualmente de 80 años bien llevados. Ella era actriz y su esposo era el director de teatro, Edgardo Ramírez; por azar o quizá guiados por las emociones decidieron estar tan cerca del cine como pudieran y se instalaron a vivir frente al O`Higgins. Comenta que ahí se presentó el Ballet Coppelia, se estrenó El chacal de Nahueltoro, de 1969, y la película Ayúdeme usted compadre, de 1968, donde ella aparece en algunas escenas. “En una parte tengo una guagua en los brazos, hija del ingeniero de ferrocarriles, y me canta Arturo Gatica”, rememora como si fuera ayer.

DE PASATIEMPO A NEGOCIO
El cine O`Higgins fue contemporáneo al Mafor, aunque este último tenía capacidad para trescientas personas su público era fiel. De propiedad de Mario Foster Santibáñez, funcionaba en dependencias del Cuerpo de Bomberos, por El Roble, donde arrendaba ese espacio desde principios de los años 50.  Oriundo de Villa Alegre, Foster era un veinteañero cuando comenzó el negocio, motivado por un pasatiempo de infancia que empezó a cultivar al recibir su primera proyectora, dice Mario, uno de sus tres hijos.

En 1994, a los 66 años, murió dejando una huella imperecedera de admiración y cariño entre quienes lo conocieron. Uno de sus grandes amigos fue don José Ramiro Aravena Hernández, el Chelo, administrador del Mafor. “El cine era el sueño de don Mario. Eran muy inteligente y buen patrón, de buen corazón, que veía a todos por igual y compartía con sus empleados. Siempre le regalaba matinales a los colegios para que juntaran dinero. Don Mario me enseñó muchas cosas bonitas”, dice con profundo respeto al referirse a quien consideró como su segundo padre.

A sus 80 años, don José Ramiro todavía tiene frescos los recuerdos de aquella época: “Yo estaba caminando frente al cine, mirando, pero no tenía plata para entrar. Me dijeron que podía entrar gratis y me ofrecieron que me quedara de acomodador. Como a mí me gustaban las películas, acepté. Estuve ahí desde 1960 hasta 1974. Pasé por boletería, portería y confitería, después me pasaron a administrador”.

Por aquel entonces Mario Foster se encargaba de la mantención de las máquinas de su cine y de los otros dos que administraba, el O`Higgins y el de San Carlos. Ese era el negocio, pues arrendaba una película a la compañía distribuidora de filmes en Santiago, que por lo general traía pocas copias al país, y luego la proyectaba en las distintas salas de su administración. “Había funciones todos los días, muchas películas de pistoleros y también familiares. Las de Elvis Presley, Rafael, Sandro eran pura plata. El domingo había tremendas colas todo el día, igual que en Semana Santa. Pero después ya no era lo mismo – lamenta el Chelo – porque antes el cine no tenía competencia hasta que llegó la tele, ahí el cine se fue pa`bajo”.

Entre los múltiples roles que desempeñó don José, también estuvo el de operador de la proyectora, aunque solo por poco tiempo. El oficio de “cojo”, como se le apodaba al proyeccionista, era un trabajo extenuante porque en la sala de máquinas el calor era insoportable, describe.  En realidad, más que lesionado de un pie el “cojo” terminaba enfermo de los nervios, ya que cualquier descuido en la maniobra podía ocasionar un incidente, tan grave como una inflamación (cuando la luz quemaba la cinta) o tan leve como que toda la pantalla se tornara amarilla (cuando los carbones se apartaban mucho). El “cojo” también debía lidiar con los abucheos del público cuando se saltaban las escenas, algo habitual, ya que un trozo quemado se solucionaba con un tijeretazo. “Totó, aquí eres como un esclavo... siempre trabajas como un burro, incluso en las fiestas, la Pascua, la Navidad... solo estás libre el Viernes Santo. Y te aseguro que si a Jesucristo no lo hubieran crucificado, también se trabajaría en Viernes Santo", regaña Alfredo el proyeccionista en Cinema Paradiso, describiendo fielmente lo que sucedía en los cines de la época.

EL COLECCIONISTA SIN MUSEO
Cuando cerró el Mafor en la década del 80, hubo un interesado en guardar un recuerdo tangible de su historia. Con la perspectiva de tener su propio mini cine, Víctor Palavecino compró veinte butacas, pero cuando lo desmantelaron solo recibió unas pocas porque las demás se perdieron. Las butacas que hoy adornan su oficina de arquitectura comparten  protagonismo con decenas de cámaras fotográficas, filmadoras y proyectoras, pequeñas y grandes, dispuestas en un orden que solo su dueño conoce. Sin embargo, este espacio detenido en el reloj no sería lo mismo sin Grace. Alta y robusta, con su porte elegante, la Simplex modelo E-7 de 1939, bautizada así por Palavecino es la joya de la colección.  “Traerla fue una odisea porque pesa como trescientos kilos, así que tuve que desmontarla para subirla hasta mi oficina. Era mi sueño tenerla”, expresa.



Victor Palavecino, tiene una colección de doscientas máquinas, 
entre cámaras fotográficas, proyectoras y filmadoras. 
La joya es Grace, su Simplex modelo E-7 de 1939.



Conocedor de estas máquinas, explica que las más antiguas funcionaban con dos carbones de arco voltaico que suministraban una potente luz, haciendo posible la proyección de los filmes. “Como era difícil trabajar con los carbones se empezó a usar la ampolleta”, detalla mientras intenta echar a andar a Grace, comprada a través de Internet al igual que tantas otras de su colección compuesta por doscientas máquinas. La más antigua que posee data de 1880.
El pasatiempos de Palavecino no se limita a la compra de estos artefactos, sino que la experiencia recién está completa cuando comienza a descubrir sus partes y piezas. Con esmero limpia y lubrica las máquinas y las prueba con las cintas que ha comprado también en remates, como una donde aparece Richard Nixon celebrando su cumpleaños, otra de 1953 filmada en una expedición camino  al Everest, videos de monitos animados del antiguo Pato Donald, entre tantos otros tesoros que no ha podido compartir con la ciudad debido a la falta de un espacio adecuado donde exponer la valiosa colección.


UN SOÑADOR ITINERANTE
Proyectora, transformador, toca discos, telón, parlantes, afiches… increíblemente todo cabía en el Chevrolet 1941. Quizá la magia estaba en el chofer, Miguel Grau González.
Hijo de un español llegado a Valparaíso a fines de 1800, Miguel nació en 1920 siendo el mayor de cuatro hermanos que por razones laborales del padre, mecánico de Nash Motors, llegaron a instalarse a Chillán. Todo comenzó cuando tenía 15 años, primero como un interés en la fotografía que derivó hacia una pasión por el cine. “Inventaba máquinas y transformaba los negativos de las fotos en diapositivas que pasaba como si fueran películas”, dice su hijo mayor Miguel recordando lo que su padre les contaba. “Cuando éramos niños oscurecía la pieza y todos nos metíamos debajo de la cama para ver las película. Mi viejo era a toda tela, era papá y amigo”, añade Norka, la única mujer de los tres hijos que tuvo junto a su esposa.



Desde los años 40, Miguel Grau González itineró con su cine
por pueblos y comunas sedientas de aventuras y romances.
Hizo el curso de piloto de aviones menores en 1942 y
fue socio fundador del Club Aéreo de Chillán.

Miguel Grau sabía que en Chillán el público estaba cautivo en los cines ya instalados, por lo tanto se lanzó a explorar un nuevo mercado sediento de aventuras de vaqueros y romances azucarados. En las comunas aledañas a Chillán, incluso en otras más distantes, su idea fue un gran éxito porque más allá de sentarse en la plaza a mirar transcurrir las somnolientas horas, en los pueblos había poco o nada que hacer en materia de entretención. A bordo de su Chevrolet llegó a Retiro, Dichato, Quillón, Florida, Portezuelo, Coihueco, entre tantas otras localidades, donde su público lo esperaba ansioso para ver a los ídolos mexicanos y a los héroes de las películas de “comboy”, como les llamaban a las de cowboys.

El creativo Miguel se las arreglaba bien con lo poco que tenía a su disposición para levantar su negocio. Sin serlo fue diseñador: como no contaba con afiches, los hacía él mismo escritos a mano, adornados con recortes de diario y revistas. Sin serlo fue publicista: para atraer al espectador, al final de la función proyectaba una sinopsis de los próximos estrenos y pegaba su afiche artesanal en el tablero del cine de modo que todos se armaran de ganas para la semana siguiente. “Los contratos los hacía con los municipios. El sábado y domingo los teatros eran exclusivamente para él y se daba una sola función a las 8 de la noche así no había que estar oscureciendo la sala. Había gente de campo que llegaba en carretelas y en Semana Santa se daban varias funciones porque llegaban micros llenas de gente, muchos quedaban de pie”, relata Norka, y  aunque reconoce que “fue rentable en su momento, había veces que perdía plata. El mayor cambio fue en los 70 cuando llegó la tele, ahí el cine empezó a decaer”.

Miguel Grau, precursor, aventurero, protagonista de una época, murió en 1987 a causa de la leucemia.  “La vida no es como la has visto en el cine; la vida es más difícil”, dice Alfredo mientras Totó pareciera no comprender el peso de sus palabras.