lunes, 28 de julio de 2014

Remigio Islas; El hombre de las tijeras, las navajas y los secretos.

p.Úrsula Villavicencio

“Él vino acá, pasó por La Discusión, entró al local, me saludó de mano y me dijo: ‘Pucha, ¿qué tiempo nos queda? Me habría echado un corte de pelo’. Y el que estaba en la silla le dijo: “Señor Allende, con todo respeto, yo le cedo el asiento al tiro”. Y le corté el pelo”. Así recuerda Remigio Islas a uno de sus más ilustre clientes, de paso por Chillán durante las elecciones presidenciales de 1958 donde resultó electo Jorge Alessandri Rodríguez. Aunque en esa oportunidad no ganó, al menos Salvador Allende se fue con un buen corte de pelo y el peluquero se quedó con una anécdota que contar.






Don Remigio, de 74 años, es propietario de la segunda peluquería más antigua de Chillán, peluquería Islas, ubicada en la calle El Roble. Se trata de esos lugares que parecen haberse detenido en la línea del tiempo, con sus sillones antiguos, cielo alto, un gran espejo biselado que data de los años 40 y decenas de navajas de barbero.

Hace diez años ocupa este emblemático local, el tercero que ha tenido desde que comenzó hace 51 años a dedicarse a este oficio y al de amolador, más conocido como afilador de tijeras. Sin embargo, relata, hoy en día atiende más gente que antes porque ahora corta con máquina eléctrica, esto le permite atender a un cliente en 10 minutos: “Antes, con la máquina ‘manuable’, eran casi 25 minutos igual que la afeitada también, era antes más lento. Llegaron muchas navajas alemanas y norteamericanas de buena calidad que permiten trabajar más rápido”, comenta, y para graficar cómo han cambiado los tiempos de pronto abre un cajón y saca su carné de peluquero, un antiguo documento de 1959 que avala su trayectoria. Según relata, “antiguamente se rendía un examen ante una comisión examinadora de peluqueros” y el que aprobaba quedaba sindicalizado, “ahora cualquiera abre una escuela de peluquería, hay mucho descontrol”, asegura.




El rebelde
Sin prisa observa desde los ventanales el andar de esta ciudad, a la que llegó junto a sus padres y ocho hermanos a fines de los años 40. Relata que el viaje hacia Chillán lo realizó a bordo de un tren desde Chuquicamata, huyendo de las grandes huelgas y matanzas obreras ocurridas en el gobierno de Gabriel González Videla. También recuerda cómo su padre salvó obreros perseguidos por “comunistas”, ocultándolos entre los bultos a bordo del tren, el antiguo Longitudinal Norte, donde los pasajeros de pocos recursos viajaban sobre  bancos de madera durante dos días para llegar al centro del país. Otro tren los trajo hasta Chillán. Fue la primera vez en su corta vida que Remigio vio pasto, árboles, lluvia y más lluvia. 

Aprendió de su padre este oficio, con quien trabajó “desde que tenía 11 años cuando salí del sexto de preparatoria”, puntualiza. Sin embargo, su padre no era peluquero con credencial, sino que se ganaba la vida en Chillán ejerciendo todo tipo de oficios que había aprendido en la explotación del mineral. Finalmente terminó como peluquero cuando se quedó sin trabajo en la minería, un oficio que aprendió observando a un peluquero japonés.

Las exiguas mesadas y la rígida educación, acabaron por impulsar a don Remigio a independizarse a los 19 años. “Mi padre me daba dinero para salir a tomar helados con mi polola, pero no tenía un sueldo”. Incluso, dice, no le dio su autorización para hacer el servicio militar, quería tenerlo a su lado pero sin pagarle. Cansado, un buen día decidió marcharse a Santiago. “Me fui con una muda de ropa, llorando como cabro chico y volví a los tres años con una máquina eléctrica, bien ‘terneado’, cortando el pelo a navaja, que era algo que aquí no se conocía… Volví por mi mamá”. Ella le consiguió su primer local en el centro.

Por su oficio de peluquero, debe ser uno de los hombres que más secretos guarda en Chillán. ¿Cuál es lo más íntima o lo más extraño que le haya contado un cliente?  − “Uyyyy…  Eso es secreto… Le tendría que contar cuánta cosa…Me acuerdo que vino una señora y me preguntó: ¿Don Remigio, mi esposo estuvo ayer aquí? No, no estuvo − le respondí yo − ¿Seguro?, me preguntó ella. Seguro, le dije yo. En la tarde llegó el marido y me reclamó: Oye qué fuiste a hacer… tenís poco de esto (señalando su cabeza). 

El hecho es que don Remigio debió ponerlo en su lugar y explicarle cómo debe mentir bien un esposo: A ver…, vamos a aclarar un puntito: esta es peluquería y no es nada sala de copuchentos… Si querís hacer una cuestión bien hecha ven acá y dime: Oye, puede venir mi señora porque yo le dije que estaba llena la peluquería y por eso me demoré tanto en llegar a la casa…  ¿Ve que es fácil compadre? A mí que me diga cualquier compadre: No, yo a mi señora nunca le he mentido…  No, no, no: eso no es así”.

¿Cómo han cambiado los chillanejos en este medio siglo que usted lleva cortándoles el cabello? ¿Cómo ha cambiado la ciudad? -  “Ha habido un cambio grande, empezando por los autos. Antes había coches chicoteados, las victorias les llamaban. Cuando era niño y vivía en población Chillancito, allí por donde está el hospital ahora, por la avenida Argentina pasaban las carretas con bueyes que vendían el carbón por carretadas…Mire, yo encuentro que la gente antes era más sana en sentimientos, no era tan egoísta... el egoísmo mata”. 
¿Cuál ha sido el peor momento que ha vivido esta ciudad en los años que tiene usted viviendo aquí? -  “Yo creo que los terremotos. El del 2010… y el del año 60 en Valdivia, que fue como a las dos de la tarde: eso fue terrible…

Sin embargo, don Remigio considera que los acontecimientos políticos más complejos los vivió a raíz del golpe militar de 1973, cuando por capricho de un militar que entró a cortarse el cabello al borde de la hora del toque de queda, se vio obligado a volver tarde a su casa y fue detenido por una patrulla. También recuerda cómo debió defender a un dirigente del sindicato de peluqueros perseguido por su supuesta militancia política. A esta historia agrega la del hermano de un conocido y antiguo relojero de Chillán, cuyo cuerpo inerte apareció en un río: “un huasito le vio un reloj y se lo sacó porque estaba muerto; después lo mandó a arreglar ahí en el mercado ¿y sabe a quién le pasó el reloj? al papá del muchacho”. El padre interrogó al campesino prometiendo confidencialidad y así fue como pudo encontrar el cuerpo de su hijo junto a varios otros cuerpos.

¿Y cuál cree que fue el mejor momento de esta ciudad?- “Lo que a mí más me gustaba era cuando llegaban las fiestas de la primavera, cuando las escuelas sacaban carros alegóricos alrededor de la plaza. Cuando yo tenía como 14 años en esas fiestas vendía cartuchos de challa que recogía del piso: tres cartuchos en un peso”.
¿Si usted pudiera dirigirse a alguna de las autoridades de la ciudad, qué les diría o qué les pediría que hicieran por Chillán?- “Al alcalde yo le diría: Sabe qué, señor alcalde, me gustaría que usted me acompañara para mostrarle la ciudad donde hay miles de baldosas que arreglar y hoyos que componer, porque donde usted ande saltan las baldosas lejos”. 

Don Remigio llevó el estandarte de la lucha contra la pediculosis (vulgo piojos), allá por los años 70 y 80, cuando puso de moda una receta que nadie más conocía en Chillán para ese entonces y que él aprendió en uno de esos libros que le gusta leer, y aún hoy suele recibir consultas sobre esta buena receta si  bien hoy en día no se recomienda, tampoco falla.

Joaquín Isla: el último de los talabarteros

Un oficio en vías de extinción

La saga de los talabarteros de apellido Isla, tiene en su haber  las monturas  y aperos de modelo exclusivo más conocidas en el país. Pablo Neruda tuvo una montura hecha por el abuelo; al padre le encargaron una montura para la reina Isabel II en su visita a Chile, mientras que el último de los talabarteros Isla contó entre sus más distinguidos clientes al animador  Felipe Camiroaga. La Unidad de Patrimonio de la Municipalidad de Chillán lo está postulando como “Patrimonio cultural viviente”.  Sin duda ya lo es.
p.Ursula Villavicencio




Un profundo olor a buen cuero trasmina el local de la talabartería ubicada en un rinconcito de la calle Isabel Riquelme, llegando a Collín. Como alguna vez le dijera el propio Felipe Camiroaga, “usted sí que es famoso, porque las monturas Isla trascenderán en el  tiempo, en cambio yo solo soy conocido porque  rostros de televisión van y vienen”, relata emocionado Joaquín Isla cuando recuerda al fallecido animador, a quien le fabricó las monturas y todos los aperos de montar durante 18 años.

Cuenta que comenzó atendiendo al padre del animador y siguió con Felipe. Hasta el día de hoy atesora los últimos encargos que no le alcanzó a entregar antes de aquel 2 de septiembre de 2011, día en que por primera vez no le respondió el teléfono. Entonces confirmó su sospecha: Felipe iba en el avión desaparecido.

Joaquín Isla es el último del clan que continúa trabajando el cuero; le colabora su hermana Agnes, la única talabartera mujer que conoce en Chillán. A sus 54 años dice tener trabajo de sobra hasta el día en que se muera, aunque sabe que después nadie de los Isla continuará con este oficio.









La montura de Chabelita
Las actuales monturas Isla son un diseño exclusivo creación de su padre, también llamado Joaquín, y sus tíos a principios de los años 60, quienes reformularon la montura tradicional por una más liviana y adaptada a las necesidades del huaso chileno: la famosa montura Isla, autorizada por la Federación Chilena de Rodeo y denominada como “montura chilena”.
De este sello talabartero han salido aperos y monturas para hacendados y turistas de Argentina, Perú, Brasil, Estados Unidos, Canadá, España e Inglaterra. Presidentes y todo tipo de personalidades han encargado durante años sus aperos de montar a la talabartería Isla.
Su abuelo hizo la montura de Pablo Neruda cuando el poeta vivía en Temuco, y a su padre el Gobierno le encargó la montura que se le regaló a la reina Isabel II en su visita a Osorno, en aquella visita de 1968 recordada por el insolente titular en un diario de la época: “La Chabelita mostró el trutro”, cuando montó el caballo con su “real” montura. 

Joaquín hijo, guarda reserva sobre sus más ilustres clientes, pero Felipe Camiroaga nunca pasó inadvertido. Lo consideraba su amigo y confirma que la fama de generoso de la que gozaba el animador, no era para nada gratuita.  Otro cliente que recuerda con simpatía es el fallecido cantante Gervasio.

El terremoto de 1939 los trajo a Chillán
Amador Isla, oriundo de Los Ángeles, obligado por la muerte de su padre y la ruina económica de su familia, se inició en el oficio de la talabartería siendo un niño de 13 años; a los 18 años era talabartero mayor y a los 21 se independizó con su propio negocio. Ya les había enseñado el oficio a sus hermanos y había formado su propia familia cuando el terremoto de 1939 dejó en el suelo su talabartería.Partió rumbo a Temuco, trasladado por el programa de emergencia del Gobierno, donde comenzó desde cero. Como una herramienta que siempre podría darles bienestar, enseñó a todos sus hijos los detalles del oficio.

Entre los hijos de Amador, estaba Joaquín Isla (padre), quien ya había tomado las riendas del negocio en 1950 cuando la familia decidió trasladarse a Chillán.  Así fue como la familia Isla terminó instalada en Chillán, por cortesía del terremoto de 1939. Su primer local estuvo en Libertad con Lumaco.

A un golpe de Estado de distancia
Recuerda con precisión que fue el 20 de agosto de 1973, el día en que ganó el Primer lugar de un concurso de dibujo organizado por la Gobernación. Su premio fue muy curioso para un niño de 13 años, pero muy valioso en los tiempos que corrían: 5 kilos de azúcar Iansa en pancitos y un lápiz Parker.

Él y sus hermanos ganaban dinero haciendo filas para comprar productos en la época de la escasez en pleno gobierno de Allende. En lugar de jugar se la pasaban haciendo colas “Nadie ha reparado en el tiempo que perdíamos los niños haciendo colas en ese tiempo”, recuerda.
Joaquín estudiaba dibujo técnico en la Escuela Industrial y tenía una promisoria carrera, pues ya le habían ofrecido una beca para cursar sus estudios superiores. Pero todas esas ofertas  de  becas se esfumaron con los cambios ocurridos tras el golpe de Estado de 1973. Así fue como llegada la hora de entrar en la universidad, no tuvo cómo entrar. Con su habilidad manual, poco y nada le costó aprender el oficio de su padre.
Sobran clientes, faltan manos

Los Isla lograron sortear la crisis del año 1982, de modo que el negocio prosperó. El tiempo pasó, sus hijos crecieron y no se interesaron en la talabartería, sus hermanos se han ido retirando uno a uno y hoy, asevera, tiene clientes hasta que se muera: “Sobran clientes, faltan manos”.

Ahora cuenta con la colaboración de su hermana Agnes, única mujer talabartera que se conoce en Chillán. “Mucha gente quiere que le enseñe”, cuenta, pero  para formar una generación de  relevo y  que la talabartería no se extinga se precisaría formar una escuela especial, propone. La formación requiere no menos de cuatro años y que los aprendices sean seleccionados por sus habilidades manuales: “Tiene que ser gente que comience el conocimiento de cero y que tenga verdaderas ganas de aprender”.

Según él, sus clientes son exclusivos y no han cambiado con los años. Se precia de que su trabajo no tiene competencia en calidad, pero le sorprende que haya clientes que se conformen con la baja calidad de las monturas y los aperos baratos que se producen, con menos meticulosidad y materiales de menor calidad, en la zona talabartera de Parral.




¿Qué es lo más extraño que le han encargado en todos estos años?
Prefiere no decir qué es lo más extraño que le encargaron en una oportunidad, pero  sí referirse a otros encargos insólitos como una funda de suela gruesa con un candado para que nadie viera televisión en  ausencia de la dueña de casa; un cinturón  con candado para amarrar la puerta de un refrigerador, para un precavido y ahorrativo dueño de casa que dejaba fuera del refrigerador lo justo para el almuerzo; una funda para cubrir un teléfono celular, de los primeros que hubo, grandes y con antena. 

Pero no solo ha satisfecho los caprichos de algunos clientes avaros, también él y su hermano lograron hacer una suerte de pieza ortopédica de cuero. Esta innovación cambió la calidad de vida de un gitano que tenía una lesión cervical para la que no servían los cuellos ortopédicos estándar. 

Si pudiera dirigirse a alguna autoridad, ¿qué le pediría para Chillán?

Sin vacilar responde: “Que a Chillán haya algo que la identifique. La artesanía que se vende acá, el 90 ciento no es de Chillán; ni siquiera de la provincia. Quisiera ver el mercado ocupado por los artesanos que fabrican cosas en el mismo mercado”.

Historias del Cementerio de Chillán

La muerte y sus contradicciones terrenales

Ya no se escuchan los cascos de los caballos ataviados de negro llevando los coches fúnebres, pero las carrozas siguen llegando a diario y las tumbas en el Cementerio Municipal de Chillán proliferan. Desde su inauguración en 1902 ha recibido a más 250 mil muertos, entre ellos los cuerpos anónimos de los fallecidos en el terremoto de 1939, los restos de una famosa madama y la tumba de cuatro hermanas asesinadas por su aristocrático progenitor. Las historias que a continuación conocerán nunca antes habían sido develadas, hasta hoy.

p. Úrsula Villavicencio y  Marcia Castellano





Hasta en la muerte la segmentación por barrios está presente: los árboles bien peinados, las amplias avenidas y el pasto recién cortado rodean los lujosos mausoleos decorados con mármoles, vitrales y esculturas del Cementerio Municipal de Chillán. Quebrando el espacio aparecen los bloques de nichos separados por pasillos estrechos, al igual que las casas pareadas y los edificios urbanos en bloque. Más allá comienza la heterogeneidad y se aprecia la simpleza de las tumbas sobrias pero bien ornamentadas, en coexistencia con la precariedad de las tumbas a las que se llega por senderos barrosos. Se trata de lechos de tierra cercados por rejas o deslindes imaginarios que se pierden entre la voraz maleza. Imposible no conmoverse con el desolador colorido del patio de los angelitos, donde la ternura y el dolor cohabitan entre esas cunas de tierra cercadas por rejas de madera, plenas de juguetes, remolinos y flores. Como en la vida de carne y hueso, en el cementerio también confluyen todas las contradicciones sociales.







EL DUELO INCONCLUSO
En el patio Nº3, cubierta por jardines, se encuentra la enorme fosa común donde fueron depositadas las víctimas del terremoto del año 1939. A un costado, el “Monumento a los caídos” de la escultora Helga Yufer Kowald custodia el espacio con su inquietante belleza.
El historiador Marco Aurelio Reyes Coca, decano de la Facultad de Educación y Humanidades de la Universidad del Bío-Bío, atesora el testimonio de un testigo directo de esos sucesos, Octavio Flores Castelli. Este chillanejo recién egresado de la Escuela de Suboficiales, fue destinado a Chillán con la misión de despejar las calles de la ciudad repletas de escombros y cadáveres. Para levantar a los fallecidos de 1939, que ya era una necesidad imperiosa de orden sanitario, debieron requisar todos los móviles (carretas) que había en la ciudad. Según relató a Reyes Coca, la mayoría de los cuerpos recogidos no tenía identificación, a menos que sus parientes los entregaran identificados, aunque en muchos casos había muerto toda la familia dificultando la labor. Las crónicas de la época hablan de 28 mil personas fallecidas que fueron a parar a la fosa común del Cementerio Municipal, cifra que en realidad es indeterminada pues no quedó el registro de defunción de todos ellos.
Con una magnitud de 7,8 grados Richter y 10 en la escala de Mercalli, la destrucción de la ciudad fue casi total. Nuevas construcciones se levantaron sobre sus vestigios y bajo la tierra quedaron los restos de quienes no fueron recogidos por nadie, o de otros que fueron inhumados en el  patio de la casa en espera de una mejor oportunidad para darles “digna sepultura”, oportunidad que nunca llegó. 

Una experiencia poco común respecto a esta realidad, fue vivida por un grupo de personas entre los años 1992 y 2008. El matrimonio compuesto por Eugenio González y Elena Osorio, llegó a vivir a Chillán desde Santiago con el objetivo de formar una comunidad de adherentes al movimiento Gnóstico Internacional. Esta agrupación tenía el propósito de enseñar una forma de vida para el crecimiento personal y el desarrollo de capacidades cerebrales que tendríamos todas las personas, lo cual se lograría a través de ciertos ejercicios mentales.

Desde su arribo han habitado en varias casas y en todas dicen haber recibido revelaciones. Ellos aclaran que no se trata de fantasmas, más bien de la percepción de ciertas energías cuando los iniciados se encuentran en estado onírico o de meditación.  “Las casas nos contaban sus vivencias a través de los sueños, las que fuimos comprobando a medida que pasaban los años. A veces soñábamos lo mismo: una señora que atesoraba una cajita bajo la almohada; un señor elegante que buscaba a su hija; un hombre vestido con hábitos que tenía una cicatriz en el cráneo. La lista de sueños recurrentes es larga. Sueños que luego comentábamos con mi marido. Quisimos averiguar acerca de todo esto y empezamos a preguntar a vecinos mayores y en algún registro de las construcciones originales. Para resumir, todas estas historias tenían un punto en común: el terremoto de 1939, la manera violenta en que murieron muchos y el manejo posterior de sus restos. Con la mortandad de enero de 1939, no hubo tiempo para ritos ni ceremonias, esa fue una conclusión que creemos marca de una manera a esta ciudad”, comenta Elena Osorio. Para cumplir el rito, agrega, formaron un grupo de oración con personas de distintas religiones y solicitaron al Obispado de Chillán que se realizara una misa. “Podemos cambiar la influencia que cargamos de ese dolor ajeno, que hacemos nuestro en lo cotidiano, sin darnos cuenta.  Mover esa energía, liberar esa historia, ese es el propósito”, concluye.


 VECINA NON GRATA
“Hay que entender que se produce un quiebre en el Cementerio de Chillán causado por el terremoto de 1939, por lo que no hay registro de los dueños de las sepulturas anteriores a eso. Por lo demás, quedan pocos mausoleos anteriores a esa época”, nos explica el director del Cementerio Municipal, Gustavo Martín, quien aclara que el bloque de nichos conocido como “los terremoteados del 39”, fue demolido y los difuntos fueron trasladados a otros sectores dentro del mismo recinto. “Nunca hubo un pensamiento patrimonial para preservar el cementerio”, acota el funcionario.






Uno de los pocos panteones que resistió al fuerte sismo pertenece a una conocida madama del siglo pasado. Llamativo y a lo grande, como posiblemente fue la vida de su propietaria, es el aspecto del gran mausoleo que tiene inscrito el nombre de “Sabina Navarrete 1912”. Se trata de la conocida “Tía Sabina Navarrete”, dueña de la casa de remolienda más elegante de Chillán de aquel entonces. Quizá su mausoleo se inspiró en su mítico palacete ubicado en Purén con Arauco, sitio donde hoy se ubica el Servicio de Salud.






A través de la reja de hierro forjado puede verse una virgen quebrada en el suelo, lápidas partidas y plumas de palomas. En resumen, su tumba es como el burdel a la mañana siguiente de la juerga, pero una mañana que se quedó suspendida en el tiempo.
Es de imaginar el escándalo que se habrá generado en 1912 cuando la connotada regenta, la misma que llevaba en calesita a sus “niñas” para exhibirlas en las quintas de recreo de Chillán Viejo, se construyó un mausoleo con mármoles rojos y cúpula, justo entre los panteones de las familias más ilustres de la ciudad. A diferencia de los demás, ella puso en el frontis su nombre, apellido e iniciales “SN” forjadas, para desafiar sin miramientos a sus ricos vecinos del patio Nº1, que la repudiaban tanto por su licenciosa vida como por haberse enamorado de un hombre veinticinco años menor.

La testigo más cercana a esta historia de amor es una mujer que avanzada edad quien,  a través de su hija María, nos revela algunos pasajes de la vida de Sabina Navarrete. María, relata que su abuela y su madre – hoy de 90 años, a quien llamaremos Ana -, llegaron del campo a casa de Sabina en la década de 1920; la primera como asesora del hogar, mientras que la pequeña Ana iba solo de visita a la residencia ubicada en Arauco con Maipón. En ese entonces Sabina vivía con un hombre de origen francés, hijo de un relojero avecindado en la ciudad, que se había emparejado con la mujer cuando él apenas tenía 14 años y ella cerca de 40. La decisión del joven inmigrante causó la indignación y el quiebre definitivo con su familia, entonces Sabina se transformó en su amante y madre adoptiva. A partir de ese momento, la mujer se alejó de sus quehaceres en el burdel y se dedicó a la filantropía. “Era muy humanitaria y ayudaba mucho a las iglesias. La gente la quería mucho, pero también le tenían mucha envidia”, dice María trasvasijando lo que su madre le contó. 

La ex madama y el francés estuvieron juntos durante casi 20 años, sin haber contraído matrimonio, hasta que un cáncer al estómago interrumpió el idilio. Sabina Navarrete Pasarina murió el 17 de noviembre de 1937. Le hacen compañía en el sepulcro su padre Juan, fallecido en 1905 (probablemente trasladado desde el cementerio Parroquial) y María, la madre, muerta en 1914.

Pero la historia no termina ahí. El francés mantuvo el luto durante una década hasta que contrajo matrimonio con Ana, la misma mujer que nos transmitió esta historia en voz de su hija. María bien pudo ser hija de Ana y el francés, pero de esta unión solo nació un descendiente porque a los siete años de la boda el hombre murió. Sus restos no descansan junto a Sabina Navarrete pues nunca fue su marido ni su heredero, ya que todos los bienes de la madama habían sido puestos en vida a nombre de él. Por esta razón, hoy en día en este mausoleo no queda ni el fantasma de una flor ni alguien que se haga cargo de reparar sus muros fisurados. El paso del tiempo hará lo suyo sin que un alma se apiade del recuerdo de esta mujer de origen humilde, oriunda de Mulchén, que comenzó como modista en el Ejército y terminó convertida en la más connotada madama de Chillán.


CUATRO CRIMENES Y NI UN CULPABLE
Tras una reja de herrumbroso hierro forjado y abriéndose espacio entre las telarañas, es posible divisar seis lápidas blancas al interior del mausoleo levantado en 1905, todas con data de muerte anterior al terremoto de 1939. Llama la atención que en dos de ellas estén inscritos dos nombres en cada una: Delfina y Margarita, María y Raquel. Ambas sepulturas tienen grabada la misma fecha de muerte: 10 de mayo de 1922. Se trata de la triste historia de las cuatro hermanas Ramírez Prunes, asesinadas por su propio padre, Francisco Ramírez Ham.

El mito urbano se ha encargado de contar esta historia y de sazonarla con  telenovelescas escenas. Algo tienen de cierto. Sin embargo, el siguiente relato no corresponde a la fértil inventiva popular, sino a hechos documentados directamente en el Archivo Judicial, Registro Civil, diarios de la época e información recabada en el Cementerio General de Santiago.   
“La tragedia de ayer conmueve profundamente a la ciudad”, titulaba el diario La Discusión del jueves 11 de mayo de 1922. No era para menos, si al crimen se sumaba que el hechor era un ex diputado por Chillán electo en el periodo 1912-1915, militante del Partido Liberal, el reconocido hombre de negocios Francisco Ramírez Ham. Según se ha indagado, Ramírez también participó en una sociedad conformada por insignes señores que se hicieron cargo del diario La Discusión a partir de 1907, al morir repentinamente el propietario de ese entonces, Ángel Custodio Oyarzún. Posteriormente se sucedieron nuevos dueños en sociedades por acciones.






Nacido el 4 de junio de 1882, heredó la cuantiosa fortuna de su padre, Isaías Francisco Ramírez (1852-1910), este último vinculado a obras de beneficencia. Con mérito y trabajo incrementó sus bienes, llegando a convertirse en uno de los más acaudalados hombres de negocios de la época en Chillán. Pero los desaciertos empezaron a sucederse y vio la ruina financiera en su horizonte cercano, a tal punto que se vio obligado vender algunas de sus propiedades, como el molino “San Pedro”, donde residía (ubicado en el camino al Cementerio Viejo o Parroquial, cerca del actual consultorio Violeta Parra) y el molino “Wicker” (en Avenida Collín). Sin embargo, no pretendía eludir sus deudas y estaba en conversaciones con sus numerosos acreedores para encontrar un acuerdo.

En un extenso reportaje publicado por el rotativo hace casi cien años, se ofrecen antecedentes esclarecedores sobre el implicado, su vida y una cronología de lo sucedido la tarde del 10 de mayo de 1922. Cerca del mediodía, Ramírez pidió al chofer Victorino Luengo que lo trasladara hasta el río Ñuble junto a sus hijas Margarita y Delfina (gemelas, 10 años), María (7) y Raquel (5). Las niñas estaban al cuidado del padre ya que cinco años antes habían perdido a su madre, según figura inscrito en la lápida del mausoleo: Margarita Prunes, 1885-1917. Al llegar a su destino, Ramírez solicitó al chofer esperarlos mientras daban un paseo por el río, desde ahí se les perdió la huella.

Según consta (textualmente) en el acta del proceso: “una  vez en la orilla del río, entusiasmó a sus hijitas con la idea de bañarse junto con él, les hizo quitarse sus abrigos i sus zapatos i estando a la orilla del río las empujó hacia el agua, haciendo que las llevase la corriente; que él en seguida continuó con ellas dentro del río hasta que las vio desaparecer i después salió a la orilla i con una navaja de barba que había llevado se dio un corte en el brazo izquierdo a fin de causarse la muerte cortándose las arterias i que hecho esto perdió el conocimiento”. Así fue encontrado a orillas del río, completamente mojado y sangrando, siendo enviado de inmediato al Hospital (donde hoy se emplaza el Liceo Industrial), específicamente a la pieza nº 4 del Pensionado. En tanto, los cuerpos inertes de María y Raquel fueron hallados horas más tarde y, al cabo de cuatro días, los de la gemelas Margarita y Delfina.

Ramírez, agrega en su declaración que había tomado esta determinación días antes con la convicción de que no había otro camino para salvar a sus hijas de la miseria.

El 20 de septiembre de 1922 el reo fue trasladado desde la Cárcel (ubicada en el mismo emplazamiento actual) hasta el Hospital, con el fin de someterlo a peritajes siquiátricos. El informe presentado al juzgado el 10 de marzo de 1923, elaborado por los médicos Exequiel Rodríguez y José María Sepúlveda Bustos, concluyó que: “ha sido un acto perfectamente caracterizado de perturbación mental, la que hemos descrito y definido con el nombre de locura melancólica afectivo delirante. (…) Como consecuencia, no ha tenido inteligencia ni libertad en la ejecución del homicidio”. Con estos antecedentes más su irreprochable conducta anterior, finalmente el 19 de abril de 1923 el tribunal resolvió eximir de responsabilidad criminal a Francisco Ramírez Ham y dictaminó  enviarlo a la Casa de Orates de Santiago. 






Consultado al respecto, el siquiatra Rodrigo Arrau, aclara que el diagnóstico anterior corresponde hoy en día a una depresión mayor severa psicótica, que perfectamente pudo curarse con un tratamiento adecuado. Y todo indica que así sucedió, pues Francisco Ramírez Ham, sin haber cumplido un día de cárcel por sus cuatro crímenes, rehízo su vida en Santiago y contrajo nuevamente matrimonio en 1930. Según los archivos del Registro Civil, fijó domicilio en Las Condes, tuvo un empleo que le permitió recibir una jubilación y murió el 1 de febrero de 1967, a los 84 años, a causa de una bronconeumonía. Sus restos yacen en el Cementerio General de Santiago.      

Más allá de lo patrimonial y lo histórico, las historias que guarda el Cementerio de Chillán son un reflejo de nuestra sociedad: en la vida y en la muerte la segmentación por linaje está presente.


Chillán; BAJO DOS MIRADAS.

Chillán: Cuatro veces centenaria
Ramón Bastías Sandoval
Sociólogo, Universidad de Concepción
           
Siempre me impactó saber que la ciudad de Chillán tuviera varios siglos de antigüedad. Mi imaginación volaba a otros mundos pretéritos al oír decir que había sido fundada por el mariscal Martín Ruiz de Gamboa en un lejano invierno de 1580.  Casi podía ver una sencilla empalizada con un foso, algunas casuchas y unas débiles antorchas iluminando la noche oscura. El frío, la humedad, la lejanía de la capital de la Gobernación, debió haber convertido dicha fundación en todo un acontecimiento para ese pequeño grupo de españoles sedientos de aventura, fama y dinero. Otro tanto podemos imaginarnos de las comunidades mapuche que vivían en los alrededores y que ya conocían a los hispanos producto de las primeras encomiendas relacionadas con la ciudad de La Concepción.

De aquel mestizaje nacieron nuestras familias; la Iglesia dio sentido de unidad monárquica a lugares tan alejados de España como nuestra ciudad cuatro veces centenaria; en un momento fuimos súbditos de un rey casi desconocido. Todo esto me daba material para más ensueños y fantasías de niño cuando en la escuela nos enseñaban que Chillán, en particular, y Ñuble, en general, fueron protagonistas de las luchas de la Patria Vieja.  Casi puedo ver el viejo Chillán sitiado por Carrera, escuchar los tambores y algún cañón tronar. Nuevamente siento el aire gélido, la escarcha y la lluvia chillaneja, veo ponchos desteñidos y húmedos y los pasos inquietos de don José Miguel.

Los siglos pasan y la ciudad de transforma, obligada por los terremotos y desastres.  Su último gran cambio fue en 1939 que aún vive en nuestra memoria colectiva. Mi abuela era una niña para aquella noche de verano y con sus palabras me retrató el dolor y la pérdida, las casas crujiendo mientras el adobe se rompía y las nubes de polvo inundándolo todo. El estruendo y luego un breve silencio, finalmente el llanto y los gritos de dolor.

Se podría pensar que tengo una imagen triste de la ciudad, sin embargo es lo opuesto. Chillán se levantó de todos aquellos cataclismos y continuó su marcha en la historia. Sus vecinos tejieron redes solidarias para acompañarse en el dolor y ver a los niños crecer. Sus instituciones trabajaron para el desarrollo y modernización de la ciudad y en algunos momentos hicieron un trabajo destacado. Recuerdo al doctor José María Sepúlveda Bustos y al intendente Vicente Méndez Urrejola, además de tantos otros hombres y mujeres anónimos. 


Hoy mucho de esta "Gesta de cuatro siglos" se siente lejana. Vivimos en un mundo de cambios culturales donde nacen nuevas identidades. Está por verse como serán los chillanejos del siglo XXI, es de esperar que tomen el testimonio de sus abuelos y padres para hacer de este espacio urbano una ciudad con futuro. Muchas tareas están pendientes, quizás muchos errores haya que reconocer. Pero las oportunidades están ahí, a la vuelta de la esquina, esperando que hombres y mujeres de espíritu constructivo caminen por el nuevo milenio.



Hacia la valoración de la diversidad cultural
Simi Jiménez Carrasco
Antropóloga, Universidad Austral de Chile

La cultura se entiende como la forma de vivir que se aprende en cada tiempo histórico y lugar. Es un concepto que pone de relieve las diferencias entre los pueblos y también se aplica a los distintos grupos dentro de una misma sociedad, donde es posible diferenciar colectivos que comparten códigos éticos, creencias o costumbres específicas; así, por ejemplo, podemos hablar de una cultura campesina en la Provincia de Ñuble.

Toda persona expresa y porta la cultura, desde aspectos triviales hasta nociones más profundas. Pero resulta difícil tomar distancia de la cultura propia y medirla con la misma vara que se aplica a las creencias de los otros. Por esto es que la idea de interculturalidad va más allá de la coexistencia territorial; es necesario incluir las nociones de poder y de desigualdad social.

En la historia de Chile se puede ver la subordinación de las distintas culturas indígenas existentes, impulsando el descrédito de cualquier elemento que se le asocie, incluso hasta transformar en un insulto el epíteto de “indio” o “indígena”.  ¿Qué sucede en nuestra Región del Biobío o somos cortados todos con la misma tijera? Recordemos que esta zona se caracteriza por el carácter de frontera que adquirió en la relación histórica entre los europeos, en un primer momento y los criollos, después, principalmente con el pueblo mapuche, debido a la barrera natural del río Biobío. Este aspecto favoreció una alta presencia militar e institucional y con ello, la devoción a la patria, a la iglesia oficial y a la idea de que ya no había indígenas a este lado, sino campesinos herederos de tradiciones europeas. No es difícil escuchar todavía reivindicaciones de apellidos de abolengo aristocrático como prueba de estatus en el propio Chillán.

En cuanto a la desigualdad social como elemento diferenciador dentro de la cultura local, hay que reconocer que aunque se pueda compartir una cultura campesina en parte de nuestra provincia, no es lo mismo ser el dueño del campo que un inquilino o mediero; además de las diferencias económicas, prevalecen diferencias de prestigio y poder, en el uso del lenguaje, entre otras.

Por último, la migración es otro elemento que configura la diversidad cultural local. Los migrantes extranjeros,  palestinos − varios muy importantes en la historia de Chillán −, chinos, colombianos, ecuatorianos, peruanos, son parte de nuestra comunidad. Si bien la población de Ñuble es diversa culturalmente, estas diferencias son poco visualizadas, prevaleciendo creencias negativas sobre los indígenas que se aplican también a los extranjeros indígenas y, por otra parte, marcadas diferencias sociales que constituyen barreras culturales. 

Mirarnos y mirar a los demás como portadores de cultura, de una cultura digna, esa es la invitación en este aniversario y en adelante.

UN ERROR: EL CIERRE DE LAS ESCUELAS NORMALES

p. Carlos René Ibacache 
Miembro de la Academia Chilena de la Lengua




Escuela Normal de Chillan (1925)

¿Por qué será que los gobiernos autoritarios cerraron las Escuelas Normales? En la administración de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931), fueron cerradas la mitad de ellas. Cuando en 1938 ganó el poder el presidente Pedro Aguirre Cerda, reabrió todas las cerradas por Ibáñez. Luego, en 1973 el gobierno militar tan pronto se adueñó del poder las cerró todas; lamentablemente las cerradas por Pinochet no fueron reabiertas, pese a todas las gestiones realizadas por la Federación Nacional de Profesores Normalistas durante los gobiernos de la democracia.

En todos los foros que ha habido en estos últimos años, nunca ha faltado la palabra de repudio hacia aquel sensible Decreto Ley Nº 253 del 14 de marzo de 1974, que le ha hecho mucho daño a la educación chilena, donde se determinó el cierre definitivo de las escuelas chilenas creadas en 1842 con la fundación de la Escuela Normal de Santiago, posteriormente llamada Escuela Normal Superior José Abelardo Núñez. Además de Santiago, donde hubo tres escuelas, también estuvieron presentes en Antofagasta, Copiapó, La Serena, Talca, Curicó, Chillán, Angol, Victoria, Valdivia y Ancud; más cercanas a nuestro tiempo, fueron las Escuelas Normales de Viña del Mar y La Unión. Esta fórmula existe con éxito además en otros países latinoamericanos, incluso hoy en día.


En Chile el impulsor de esta idea fue el prócer Bernardo O‘Higgins, quien se percató en Inglaterra de la existencia de esta experiencia: seleccionar a los niños más talentosos egresados de la enseñanza básica, antes llamada primaria o preparatoria. Luego de esta selección, eran incorporados a un instituto para entregarles contenidos humanísticos, científicos y pedagógicos. En esta etapa cobran real importancia los ramos pedagógicos, que son aquellos que nos acercan, a través de la metodología, a la mejor forma de enseñar. Aprender a enseñar es su objetivo.


Para conseguir un exitoso resultado era preciso contratar a un especialista pedagógico. Esa persona fue Diego Thompson, un profesor inglés residente en Argentina, discípulo de la escuela lancasteriana (creada por Joseph Lancaster), invitado por O`Higgins para que se hiciera cargo de esta misión en Chile.
En nuestras Escuelas Normales, el postulante tenía que estar entre los primeros diez alumnos de su curso, así funcionaba la preselección. Al concluir el ciclo básico (de 1º a 6º básico), los egresados debían cursar seis años de estudios (cuatro de educación científico - humanística y dos de educación pedagógica). Mientras que el egresado de Humanidades, (de 1º básico a 4º medio de hoy) también llamado ciclo de enseñanza científico - humanística, si quería ser profesor tenía que ingresar al ciclo pedagógico de la Escuela Normal.








Alumnos en diferentes etapas de su formación docente

Sin duda esta fórmula para la formación de profesores de primera enseñanza resultó óptima en nuestro país. De aquí salieron notables maestros, como Darío Salas Díaz, Luis Gómez Catalán, Humberto Díaz Casanueva, Moisés Mussa, Daniel Naveas, Oscar Bustos Aburto y una lista larguísima de grandes poetas, narradores, periodistas, etc. muchos de ellos obtuvieron el Premio Nacional de Literatura, Historia, Música y Periodismo.