jueves, 27 de noviembre de 2014

CONSTRUCCIÓN DE VALORES. EL trabajo y su desarrollo histórico

p. Fernando Toledo Montiel.

Sin duda que en el mundo antiguo y comunidades primitivas, no existía el término “trabajo”, al menos en la forma en que la conceptuamos actualmente, que da cabida a actividades diversas: asalariadas y no asalariadas, justas e injustas, necesarias para el mejoramiento de la sociedad, necesarias para el desarrollo personal, entre otras.

En la sociedad griega, la cualificación y la distinción entre actividades era algo fundamental. Para Aristóteles, existían actividades libres y serviles y rechazaba estas últimas porque inutilizaban al cuerpo, al alma y a la inteligencia para el uso o la práctica de la virtud. Consideraba que las actividades son útiles, pero las actividades, a su entender, no debían perseguir siempre la utilidad. También, valoraba el ocio e incluso más que cualquier tipo de trabajo. Era el tiempo de una Grecia, donde se establecía una diferencia radical entre dos dimensiones de actividad: la relacionada con el mundo común, y la relativa a la conservación de la vida. Así, las actividades del mundo de lo común o de la polis constituirían el ámbito de la libertad, mientras que las tareas dirigidas a la conservación de la vida, que contribuían al desarrollo de la comunidad familiar, conformaban el ámbito de la necesidad, por cierto esta última asociadas a un ámbito jerárquico-social menor.

En la época medieval el trabajo en general no ganó mayor aprecio. Desde la perspectiva cristiana hay una inclinación a justificar el trabajo, pero no a verlo como algo valioso. Los pensadores cristianos hacían referencia al principio paulino "quien no trabaja no debe comer…", pero entendían que el trabajo era un castigo o, cuando menos un deber. Se justificaba el trabajo por la maldición bíblica y por la necesidad de evitar estar ocioso. Como vemos el ocio comienza a adquirir otra connotación algo distinta a la del mundo antiguo. Sin embargo, la vida monástica dedicada a la contemplación se valora mejor que el trabajo. Para legitimar esta excepción al principio paulino, filósofos como Santo Tomás argumentan que el trabajo es un deber que incumbe a la especie humana, pero no a cada hombre en particular. Además, al trabajo no se le atribuye, a diferencia de lo que ocurre en la actualidad, un papel trascendente en la sociabilidad.




Trilla Fundo "El Molino" (1930)



Fábrica de barriles de Manuel Bocaz Hermosilla (1945)

Tanto en el mundo antiguo como en la Edad Media se ve al ser humano como un ser sociable por naturaleza. Sin embargo, en la Grecia antigua, el trabajo no era el fundamento de la asociación humana, situación que difiere de modelos contractualistas que nos dicen que las personas, solo pueden realizarse o completarse como tales, viviendo en sociedad.

Con el pensamiento moderno nace una concepción muy diferente del trabajo. En primer lugar, aparece como una actividad abstracta, indiferenciada. No hay actividades libres y serviles, todo es trabajo y como tal se hace acreedor de la misma valoración, muy positiva, incluso apologética.

La visión del trabajo como actividad fundamentalmente homogénea, no diferenciada, tenía también consecuencias prácticas: enmascaraba la diferencia entre trabajo penoso y satisfactorio, y entre el trabajo manual y el trabajo intelectual; justificaba la desigualdad como necesidad técnica debida a la división del trabajo; y por último, encubría el hecho de que el trabajo es un elemento discriminador por excelencia debido al diverso estatus de vida que proporciona según el lugar que ocupan los individuos en la producción.

Esta concepción del trabajo ha venido coexistiendo con una cierta jerarquización, adornada de una componente moral, basada en criterios económicos, justificados en buena medida desde las ciencias económicas.

Desde esta perspectiva, los niveles más altos de la escala correspondían al trabajo productor de plusvalía, denominado trabajo productivo; al que se intercambiaba por dinero a través del comercio o del salario, frente al trabajo que no reunía estos requisitos como es el trabajo doméstico. Por otro lado, el pensamiento moderno mitificó la idea del trabajo. La literatura de los grandes pensadores de la época contribuyó a esta mutación proporcionando argumentos en favor de su fundamentación.

Para John Locke el trabajo era la fuente de propiedad . Según él, Dios ofreció el mundo a los seres humanos y cada hombre era libre de apropiarse de aquello que fuera capaz de transformar con sus manos. Para Adam Smith el trabajo era la fuente de toda riqueza. Las teorías del valor de Adam Smith tenían su base en la idea de que el trabajo incorporado al producto constituía la fuente de propiedad y de valor. Saint-Simon, proponía sustituir el principio evangélico de "el hombre debe trabajar" por "el hombre más dichoso es el que trabaja". Karl Marx, criticó el trabajo en la sociedad capitalista como actividad enajenada y consideró que la supresión del trabajo debía ser uno de los objetivos fundamentales del comunismo y para Benjamin Franklin "el tiempo es oro" ilustran el espíritu de la época. Cuando Franklin hace referencia al trabajo dentro del catálogo de virtudes, anota lo siguiente: "Trabajo: no perder el tiempo; estar siempre ocupado en hacer alguna cosa provechosa; evitar las acciones innecesarias".

El trabajo adquirió nuevos significados:

Un sentido cósmico, según el cual el ser humano completa la obra de la “creación” para embellecer y perfeccionarla.

Un sentido personal, por ser el mejor medio para que el individuo, que nace débil y necesitado, encuentre su perfección.

Un sentido social, en la medida en que el trabajo es el factor decisivo en la "creación de sociedad" y de progreso.

Hoy no podemos desconocer, que el trabajo le da dignidad al hombre y le entrega las herramientas para que forje su libertad.








Pag 16 y 17, 
Revista Chillán Antiguo & Vitrina Urbana,
aporte Corporación Educacional Colegio Concepción Ñuble.

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